martes, 20 de septiembre de 2011

Leyenda sobre la fundación de la ciudad


LA FUNDACIÓN DE LA CIUDAD
Fuente: Joan de Déu Prats, Leyendas de Barcelona

No todas las ciudades pueden presumir de haber sido fundadas por un semidiós fornido, fuerte y famoso como Hércules. Podría ser que este superhéroe clásico fuera, en realidad, un explorador fenicio que visitó nuestra costa y, de vuelta a su país, fue divinizado por sus gestas. Con el transcurso del tiempo y gracias a la tradición oral, habría sido rebautizado en Grecia con el nombre de Heracles y, posteriormente, conocido como Hércules
en la tradición romana.

Según cuenta la leyenda, Hércules festejaba con Pirene, una doncella gentil hija del rey Túbal, que reinaba en las tierras de los Pirineos. La doncella, no obstante, murió. No sabemos la causa de su muerte, quizás ardía demasiado en deseos por el amor del gigantón, el cual, entristecido, comenzó a arrancar montañas de aquí y de allá para apilarlas, en forma de tumba, sobre los restos mortales de la princesa. Tantas amontonó que acabó formando una cordillera que se llamó Pirineos, en honor a la hija del rey Túbal. Así que ya lo sabéis, los Pirineos son, en realidad, la tumba inmensa de una princesa de la cual Hércules, el hombretón, se había enamorado. 



Aquel trabajo abrumador dejó al héroe empapado de sudor; así que decidió, en dos zancadas, plantarse al pie de la montaña de Montjuïc para refrescarse en el mar. Y parece que la visión hermosa del llano de Barcelona le hizo olvidar la pena de haber perdido a su amada, y se propuso fundar allí una ciudad cuando dispusiera de un ratito libre entre sus célebres trabajos.
Después de abrir el jardín de las Hespérides, plantar las columnas del fin del mundo y separar con una grieta Europa de África, llegó el momento de fundar la ciudad.
Encontrada la ocasión, Hércules armó nueve naves con gente escogida y surcó el Mediterráneo hacia aquel llano amable al pie de Montjuïc para hacer realidad su sueño. A media navegación, sin embargo, el cielo se nubló de lo lindo y un temporal enorme dis- persó las naves. Tras muchos esfuerzos, los marineros consiguieron poner pie en tierra cerca de Marsella. Una nave, de todos modos, se perdió. Cuando pasó la mala mar, haciendo navegación de cabotaje, Hércules y los suyos continuaron hasta llegar al llano de Bar-celona. Allí se quedaron sorprendidos al ver que un grupo de su gente hacía días que se esforzaba trabajando para construir la ciudad. Y es que la barca perdida durante el temporal había llegado sana y salva al llano de Barcelona.
Hércules se alegró tanto de reencontrar a sus hombres que dejó constancia de aquella aventura bautizando la nueva ciudad con el nombre de Barca-nona, o sea, la barca novena que se había extraviado. El tiempo, que todo lo pule, acabó completando el nombre hasta que se convirtió en nuestra Barcelona. 


Per coronar eixa obra de cíclop gegantina
de Barcelona al centre plantà un verger feliç, 
sobre uns pilans, del Tàber al cim, on sa ruïna 
duu escrit al front encara lo nom de Paradís.


Nos lo cantó con suma belleza Jacint Verdaguer, en su obra L'Atlántida.
En recuerdo de aquellos viejos tiempos míticos, conservamos en la ciudad una calle estrecha en el barrio gótico, que desemboca en la plaza de Sant Just i Pastor, la cual lleva el nombre del héroe mitológico. También recordamos a Hércules en la fuente del llano de la Boqueria, donde el escudo de la ciudad está ataviado con la pelliza del león y el garrote que siempre le acompañaban. Por último, la ciudad construyó la Font d’Hèrcules, una estatua del semidiós que actualmente se encuentra en la confluencia del paseo de Sant Joan y la calle Còrsega, obra robusta de Damià Campeny.

Podríamos decir, entonces, que Barcelona dispone del alma femenina de su clima, y de su nombre —decimos «Barcelona, pon- te guapa», no «¡guapo!»—, y del espíritu del forzudo héroe griego que, según la tradición, la fundó para olvidar la muerte de su prin-cesa amada.


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1 Para coronar esa obra de cíclope gigantesca
de Barcelona, en el centro plantó un vergel feliz,
sobre unos pilones, del Táber en la cima, donde su ruina lleva escrito en el frente todavía el nombre de Paraíso. 






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